Visitar este faro de 70 pies de altura se convierte en un interesante desvío de la Autopista Uno, no solo por su historia, sino por los vecinos que hacen sonidos similares a ladridos y aullidos: elefantes marinos del tamaño de un sofá.
Construido en 1874, sobre un banco de arena saliente y llamado así por las rocas blancas cercanas a la costa, este faro fue alguna vez hogar de otras edificaciones, entre ellas, una casa de la época victoriana de 1906, que se vendió por 1 dólar y fue trasladada a la cercana Cambria para convertirse en una casa particular. El humilde faro no fue ignorado por William Randolph Hearst mientras diseñaba su castillo cercano, seis millas al sur: el magnate agregó una réplica del faro a una cúpula sobre la entrada de la sala de estar en el interior de la Casa del Monte, una de sus tres casas de huéspedes.
Se ofrecen visitas al faro durante todo el año; ingrese al sitio web para más detalles. Más adelante, bordeando la costa a unas 2 millas/3 kilómetros hacia el sur, siga el rastro sonoro hasta encontrar el lugar indicado. Aproximadamente 17,000 (no, no es un error) elefantes marinos conforman la colonia de Piedras Blancas. El elefante marino septentrional, el segundo animal más grande de su especie, se llama así por el hocico con probóscide de los machos; los machos adultos, que pueden medir hasta 16 pies/5 metros de largo y pesar hasta 5,000 libras/2,268 kilos, en primavera inflan sus hocicos como si fuera un fuelle para producir sonidos durante la época de apareamiento. Sus batallas en la marea, al estilo choque de titanes, pueden llegar a ser épicas.